Había una vez un país lleno de riquezas naturales, en donde los pozos petroleros muy fructíferos estaban en manos de gente de otros países, quienes se llevaban toda la riqueza obtenida de ellos.
Los trabajadores de estos pozos vivían en la pobreza y la explotación y como ya estaban cansados se manifestaron apoyados por sus sindicatos. Hacían marchas y plantones pidiendo salarios justos, prestaciones y condiciones de trabajo mejores, pero no, no conseguían nada.
Ah, pero un día llegó al poder como presidente un político joven llamado Lázaro Cárdenas. A este hombre le molestaban las injusticias y la vida llena de pobreza de esos trabajadores, así que se dio el tiempo de escucharlos, también dialogó con los extranjeros para convencerlos de que las demandas de sus empleados eran justas, pero éstos se negaron a negociar y a aceptar sus propuestas.
Al ver que esta situación empeoraba cada día, el 18 de marzo de 1938, el presidente Cárdenas anunció la nacionalización de las empresas petroleras.
Como te puedes imaginar los dueños de las compañías extranjeras pusieron el grito en el cielo y al darse cuenta de que ante un decreto presidencial poco podían hacer, entonces exigieron una indemnización, es decir querían que se les pagara todo lo que habían invertido en los pozos petroleros y en las refinerías.
Cárdenas no se negó a aceptar estas condiciones, pero ¿y con qué recursos iba a pagar?, después de la Revolución el país no tenía dinero. Así que recurrió a la generosidad de sus compatriotas y a través de una gran colecta reunió los fondos necesarios. Todas las personas contribuyeron a esta causa con lo que tenían, llegaron desde las joyas de los millonarios hasta los animales de la gente sencilla del campo y ese centavito aportado por los alumnos de las escuelas rurales.
Fue así como se inició una nueva etapa en la cual, ese gran país llamado México extrae y procesa su propio petróleo.
FIN
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